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martes, 14 de octubre de 2014

Ser cristiano en el siglo XXI (segunda parte)


A nuestra imagen y semejanza
Hemos nacido humanos, no perros, gatos, ratones, elefantes, hormigas o cualquier otro animal de los muchos que habitan esta tierra sometida a nuestro señorío, y aunque a hechura de nuestros padres, llegamos al mundo con la huella de un antiguo linaje que nos lleva hasta ese deseo de Dios de crear al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya, diseño que todavía llevamos; aunque muchas veces se nos hace difícil recordarlo.
He escuchado por ahí de la imposibilidad de existencia de este ser superior, artífice de todo lo que es y conocemos, eterno, omnipresente, todopoderoso y omnisciente; del que dicen, es el resultado de nuestros propios temores, del sentimiento de orfandad que nos atormenta durante la edad adulta y la construcción con la que pretendemos disminuir la incertidumbre que llega durante la infancia junto con el conocimiento intelectual de la muerte como desenlace fatal de haber vivido y nos hace conscientes de nuestra propia finitud. He oído de su muerte y del posterior resurgir del nuevo hombre.
¡Ay, si yo no tuviese la mente tan cerrada por tantas supersticiones infantiles que me ayudan a creer en el Dios de mi salvación! Cuanta y tan interesante cantidad de cosas hay debajo del sol (de este y los otros sistemas solares que seguramente hay en otras galaxias) que necesitamos conocer en el nombre de la verdad.