Ser cristiano en el siglo XXI (segunda parte)
A nuestra
imagen y semejanza
Hemos nacido humanos, no perros, gatos, ratones, elefantes, hormigas o cualquier
otro animal de los muchos que habitan esta tierra sometida a nuestro señorío, y
aunque a hechura de nuestros padres, llegamos al mundo con la huella de un
antiguo linaje que nos lleva hasta ese deseo de Dios de crear al hombre y a la
mujer a imagen y semejanza suya, diseño que todavía llevamos; aunque muchas
veces se nos hace difícil recordarlo.
He escuchado por ahí de la imposibilidad de existencia de este ser superior,
artífice de todo lo que es y conocemos, eterno, omnipresente, todopoderoso y
omnisciente; del que dicen, es el resultado de nuestros propios temores, del sentimiento
de orfandad que nos atormenta durante la edad adulta y la construcción con la
que pretendemos disminuir la incertidumbre que llega durante la infancia junto con
el conocimiento intelectual de la muerte como desenlace fatal de haber vivido y
nos hace conscientes de nuestra propia finitud. He oído de su muerte y del posterior
resurgir del nuevo hombre.
¡Ay, si yo no tuviese la mente tan cerrada por tantas supersticiones
infantiles que me ayudan a creer en el Dios de mi salvación! Cuanta y tan
interesante cantidad de cosas hay debajo del sol (de este y los otros sistemas
solares que seguramente hay en otras galaxias) que necesitamos conocer en el
nombre de la verdad.