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martes, 12 de agosto de 2014

De su Gloria Canta la Creación

Conociendo la gloria de Dios


Habacuc 2:14 Porque así como el mar rebosa de agua, también la tierra rebosará con el conocimiento de la gloria del Señor.
 (Esta y todas las referencias bíblicas que siguen han sido tomadas de la versión contemporánea de Reina Valera.)
Cuando Jesús reprendió a Tomás (Juan 20:27) lo hizo con estas pocas palabras: No seas incrédulo, sino creyente. El discípulo, seguramente avergonzado por su duda, exclamaría un verso después: ¡Señor mío y Dios mío!
Había estado con Él, había comido y bebido con Él, había hablado con Él, también había escuchado sus enseñanzas, participado de sus sermones e incluso había oído más de una vez de lo que, hasta un momento antes, había sido motivo para su incredulidad; lo había visto en Betania librar de las cadenas de la muerte a Lázaro, como del Señor, también su amigo (Juan 11:11); pero no tuvo la fe suficiente para creer que aquel al que sus compañeros habían visto era Él, el Cristo resucitado, quien les daba, con la evidencia de su propia resurrección, las primicias de lo que a todos los que creemos en Él habrá de sucedernos cuando llegue el gran día del Señor, cuando se manifieste en toda su gloria.
No supo ver la gloria de Dios manifestada en el hijo.
Cierta vez, a mi joven y paciente amigo pastor (a quien presentara en la exposición anterior), lo sorprendí con una más de mis tantas preguntas: ¿Qué sentirías si al morir descubrieras que todo este asunto de Dios y la vida eterna es una soberana mentira? Su primera reacción fue una carcajada, después me miró frunciendo el ceño y por último dijo: A mí me alcanza la fe para confirmar como verdadero aquello en lo que creo; ¿A ti no? Entonces fui yo quien lo miró de lado y frunciendo el ceño: Eso no responde a mi pregunta, insistí. Él sabía que no me iría de allí sin una respuesta; como de costumbre, se armó de paciencia y antes de responder hizo una observación: Si no hubiera nada no me daría cuenta de que no lo hay, como cadáver y sin una esperanza cierta, me sería imposible saberlo, hizo una breve pausa; pero si a pesar de este pequeño inconveniente existiera la posibilidad de saber que no hay nada, posiblemente agradeciera a aquel que inventó esta fabulosa mentira, y solamente por haberme hecho vivir de la manera que hoy vivo; aun si no existiera Dios seguiría haciendo todo lo que hago como si lo hiciera para su gloria. Estuvo un buen rato en silencio, quizá esperando alguna replica mía, después, mirándome a los ojos y dibujando una generosa sonrisa, señaló: pero nada ni nadie puede cambiar la verdad; eso es tan cierto como que Él vive, y su gloria llena toda la tierra. (Números 14:21)
No supe entonces el motivo, acaso porque había sido la de mi amigo una verdadera declaración de fe que iba más allá de la respuesta esperada, una fe que yo todavía no conocía ni podía entender; pero desde lo más profundo de mi corazón, buscaba; él lo sabía y de ahí su paciencia. Lo cierto es que muchas veces había oído decir de la gloria del Señor; pero ese día sentí que dejaba de ser solamente una más de las tantas expresiones con las que solían hablar entre sí los cristianos; y como si mis ojos y mente se hubieran abierto de súbito, vi con claridad, y como por primera vez y sin dudas, manifestarse la gloria de Dios en todo lo que me rodeaba.
Salmo 19:1 Los cielos proclaman la gloria de Dios; el firmamento revela la obra de sus manos.
Ahora sé que:
Salmo 33:9 El Señor habló, y todo fue creado; el Señor ordenó, y todo apareció.
Y dio el marco de un cuerpo a su palabra, para así poder compartirla totalmente con nosotros, como el resplandor de su propia gloria.
Juan 1:14 Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria (la gloria que corresponde al unigénito del Padre), llena de gracia y de verdad.
Hebreos 1:3 Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la derecha de la Majestad, en las alturas.
… Y ya no como Moisés, cubriéndonos la cabeza con un velo; nos fue permitido, y a rostro descubierto, ver la gloria del Señor, y reflejarla, como Él la de su Padre, todos los días un poco más, hasta alcanzar a ser como Él.
2Corintios 3:18 Por lo tanto, todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta, como en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

 Y de esta manera tener la certeza de que es lo que anunciamos al proclamar a otros, y como creación suya, (pequeños destellos de su propia gloria) la gloria de Dios que colma el universo.
Bendiciones y hasta la próxima, si Dios quiere.
Siguiente entrega: Amándomos unos a otros con amor fraternal

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