Del pan que nos tienes reservado para cada día, danos el de hoy
Dios se ocupa de nosotros a jornada completa y durante todos los días de
nuestra vida, y es en su infinito amor que nos hace depositarios de aquello que
por Señorío le pertenece; confía en su creación y nos juzga capaces de poder
manejar sus asuntos con la honradez que todo padre espera de un hijo amado. Lo sorprendente
es que, aun siendo conscientes de que esto es así, hacemos de nuestra propiedad
todo lo que a lo largo de la vida nos entrega, y solamente cuando lo recibido
nos es requerido entendemos nuestro error de apreciación; ¿Por qué Señor?
Preguntamos entonces como si fuera una sorpresa.
Él comparte con nosotros de lo suyo para que lo utilicemos de la mejor
manera posible, no para sepultarlo como a un cadáver por temor a perderlo, es a
nosotros que nos ha dado la promesa de la resurrección, no así a los talentos
que nos ha entregado para bien administrar aquí, en la tierra que ahora mismo
habitamos.
Cuando en nuestros hogares disfrutamos de tanto abrigo y comodidad o en
torno a la mesa rebosante de alimentos alzamos ese agradecimiento acostumbrado
y repetido, cuando la Iglesia está tan cerca de casa que ni siquiera necesitamos
sacar el automóvil del garaje para acercarnos a ella, damos gracias a Dios por
la vida que nos permite vivir y por lo mucho que nos ha prosperado; ¿Acaso no
es esta la confirmación de nuestro buen cristianismo? Decidimos entonces que es
hora de corresponder a lo mucho que nos ha sido dado, y con esa generosa misericordia
que nos caracteriza, y el Señor conoce desde que nos llamó a pertenecer a su
rebaño, hacemos importantes ofrendas, regalamos a los pobres nuestra ropa vieja
y algún que otro mueble inútil. Desde las alturas los ángeles aplauden nuestra
caridad.
Marcos 12:41
Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo
echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. (42) Y vino una viuda pobre, y echó dos
blancas, o sea un cuadrante (43) Entonces
llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre
echó más que todos los que han echado en el arca; (44) porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza
echó todo lo que tenía, todo su sustento. (R-V)
¿Sabría esta viuda lo que mucho más adelante
en el tiempo habría de decirle Pablo al bueno de Timoteo, conocería, y mejor
que muchos de nosotros, el cuidado que Dios dispensa a sus hijos o
sencillamente querría morirse de hambre en protesta a ese asunto de juntar
ofrendas que pudieran servir para algo importante?
1Timoteo 6:7 Porque
nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. (8) Así que, si tenemos sustento y abrigo,
contentémonos con eso. (R-V c)
¿No tememos que nuestro amor por Dios pueda, en algún momento, ser confundido
con el amor que no deberíamos llegar a sentir por las añadiduras? ¿Qué reino
buscamos, qué justicia queremos para nosotros y cual es la que practicamos para
con los demás?
Mateo 25:42 Porque tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y
no me dieron de beber; (43) fui
forastero, y no me recibieron; estuve desnudo, y no me cubrieron; estuve
enfermo, y en la cárcel, y no me visitaron. (44) Ellos, a su vez, le preguntarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, o
con sed, o forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? (45) Y él les responderá: De cierto les digo
que todo lo que no hicieron por uno de estos más pequeños, tampoco por mí lo
hicieron. (46) Entonces éstos irán al castigo eterno, y
los justos irán a la vida eterna.
Quizá la pregunta necesaria sea: ¿Seremos justos como Dios quiere que
seamos? Y esto me lleva a preguntar ¿Qué justicia es la que me conduce hacia la
vida eterna?
Romanos 2:13 Porque Dios no considera justos a los que simplemente
oyen la ley sino a los que la obedecen. (R-V c)
Isaías 58:2 Dicen que me buscan todos los días, y que quieren
conocer mis caminos, ¡como si fueran gente que practicara la justicia y que
nunca hubiera abandonado las enseñanzas de su Dios! Me piden emitir juicios
justos, dicen que quieren acercarse a mí, (3) y me
preguntan: “¿Qué sentido tiene que ayunemos, si no nos haces caso? ¿Para qué
afligir nuestro cuerpo, si tú no te das por enterado?” Pero resulta que cuando
ayunan sólo buscan su propia satisfacción, ¡y mientras tanto oprimen a todos
sus trabajadores! (4) Sólo ayunan
para estar peleando y discutiendo, y para dar de puñetazos impunemente. Si
quieren que su voz sea escuchada en lo alto, no ayunen como hoy día lo hacen. (5) ¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que
un día alguien aflija su cuerpo, que incline la cabeza como un junco, y que se
acueste sobre el cilicio y la ceniza? ¿A eso le llaman ayuno, y día agradable
al Señor? (6) »Más bien, el ayuno
que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las
cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se
rompa todo yugo! (7) Ayunar es que
compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres
vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu
hermano! (8) Si actúas así, entonces tu luz brillará
como el alba, y muy pronto tus heridas sanarán; la justicia será tu vanguardia,
y la gloria del Señor será tu retaguardia. (9) »Entonces clamarás, y
el Señor te responderá; lo invocarás, y él te dirá: “Aquí estoy. Si quitas de
tu medio el yugo, el dedo amenazador, y el lenguaje hueco; (10) y si compartes tu pan con el hambriento y
satisfaces el hambre de los afligidos, entonces tu luz brillará entre las
tinieblas, y la oscuridad que te rodea será como el mediodía.” (11) Entonces yo, el Señor, te guiaré siempre,
y en tiempos de sequía satisfaré tu sed; infundiré nuevas fuerzas a tus huesos,
y serás como un huerto bien regado, como un manantial cuyas aguas nunca
faltarán.
No faltará quien diga; pero aquí se trata del ayuno, entonces alguien les
dirá: No han entendido absolutamente nada de nada.
Hasta una próxima entrega, Cesar. Que Dios los bendiga.
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