Amándonos unos a otros con amor fraternal
1Tesalonicenses 4:9 No hace falta que les escriba acerca del
amor que debe existir entre los miembros de la iglesia, pues Dios mismo les ha
enseñado a amarse unos a otros.
Nuestra salvación, nuestra muerte y resurrección junto a Cristo Jesús
simbolizada en el bautismo, la fe que todo lo hace posible, las obras, con las que
confirmamos toda esa fe depositada en Dios y que aseguramos tener, el
participar de la cena del Señor, de los ágapes, la esperanza de lo que ha de
venir y se manifestará en gloria; sería algo incomprensible para nosotros si no
tuviésemos amor. ¿Acaso, como dijera Pablo, no es el amor el que todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta? (1Corintios 13:7)
1Juan 4:8 El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es
amor. (9) En esto se
mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió al mundo a su Hijo
unigénito, para que vivamos por él. (10) En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su
Hijo en propiciación por nuestros pecados. (R-V c)
1Juan 4:16 Y
nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios
es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (R-V
c)
De esta
misma manera nos ama Cristo.
Efesios 3:18 sean ustedes plenamente capaces de comprender, con todos
los santos, cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del
amor de Cristo; (19) en fin, que
conozcan ese amor, que excede a todo conocimiento, para que sean llenos de toda
la plenitud de Dios. (R-V c)
Que otro motivo, sino el amor que tiene por nosotros, pudo hacer que dejara
la gloria que compartía junto con su Padre en las alturas celestiales, tomara
para sí un cuerpo (se hiciera carne), viniera al mundo (que hasta ese momento había
sido el estrado de sus pies), fuese contado entre los pecadores, fuese
avergonzado, y muriera por nosotros cargando, como si fuesen propios, todos nuestros
pecados y rebeldías. Tanto nos amó que quiso que conociéramos y compartiéramos ese
amor que Él sintió por los hombres, entonces nos enseñó a que amáramos a los
demás de una manera parecida.
Juan 13:34 Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros.
Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. (35) En esto conocerán todos que ustedes son
mis discípulos, si se aman unos a otros.
El difícil
arte de amar al prójimo
Prueba
exigente la que Dios nos propuso; ¿No podía haber dicho: Amar a todos aquellos
que también nos aman? ¿Amar a nuestra familia como a nosotros mismos? ¿O amar
tan sólo a ese pequeño grupo que nos es afín dentro de los límites de la
Iglesia a la que concurrimos?
Este asunto del amor convierte a nuestros templos en archipiélagos,
demasiadas islas separadas entre sí por un vasto océano: Indiferencia hacia el
prójimo, intolerancia a los que son, por alguna razón, e independiente del
motivo, diferentes a los parámetros con los que “nosotros” conceptuamos la vida,
el éxito o la apariencia física.
Isaías 53:2 El fiel servidor creció como raíz tierna en tierra seca.
No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo ni
deseable. (3) Todos lo
despreciaban y rechazaban. Fue un hombre que sufrió el dolor y experimentó
mucho sufrimiento. Todos evitábamos mirarlo; lo despreciamos y no lo tuvimos en
cuenta.
¿Podría participar hoy de nuestras ungidas reuniones y sin sentir la
distancia que demasiadas veces ponemos entre nosotros y los demás, alguien con
las características del personaje del verso que precede?
¿Cómo no vamos a dejar entrar a Cristo a nuestras reuniones? Preguntarán algunos
con rostros compungidos, conocedores del pasaje bíblico y de mi acostumbrada
herejía. ¿Acaso no tenemos para Él un lugar de privilegio?
Si no supiéramos que se trata del Señor Jesús, replicaré yo; entonces cambiaría
mi pregunta por la siguiente: ¿Se sentiría cómodo en nuestras reuniones alguien
con la apariencia de este Cristo al que tantos bonitos dibujos nos han hecho
olvidar?
Hace mucho tiempo alguien me dijo: Si Dios fuera quien acomodara a los
creyentes en los bancos de esta Iglesia y no el concepto que cada uno tiene de
sí, seguramente nos llevaríamos una gran sorpresa con eso de los primeros y los
últimos.
(Gracias a Dios que estas cosas suceden en otras Iglesias y nunca en las
nuestras.)
Nosotros, que somos buenos cristianos y sabemos amar de manera cristiana, nunca
dejaríamos lejos y solo, en los últimos asientos de nuestros grandes templos, a
aquel individuo que llegó por primera vez, asustado y tímido, y además; en su tan
patética condición de pobre, en apariencia, vestido y olor, al que (vaya uno a
saber por qué) se le ocurrió ver de qué iba este asunto de Cristo y su Iglesia,
de la que, con piadosa actitud y hermandad, participamos. (Oremos, quizá y con
un poco de suerte, la próxima semana ya no regrese)
Santiago 2:8 Si ustedes obedecen el mandamiento más
importante que Dios nos ha dado, harán muy bien. Ese mandamiento dice:
Recuerden que cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo. (9) Pero si ustedes les dan más importancia a
unas personas, y las tratan mejor que a otras, están pecando y desobedeciendo
la ley de Dios.
Mateo 25:45 Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que
en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo
hicisteis. (R-V)
Una cosa sé, el amor no llega a nosotros por imposición de manos de algún
anciano de la Iglesia, no es un don que recibiremos desde lo alto; tampoco
debería ser el resultado de cumplir con un mandato de Dios. El amor es la
posibilidad que se nos da de parecernos a Cristo, nace de lo más profundo de
nosotros y en respuesta al amor que Dios tuvo para con nosotros, el amor se
ejercita con la práctica, y cuando amamos al prójimo vemos al otro con la misma
mirada con la que lo miraría Cristo, tan igual a la mirada del Señor cuando nos
ve a nosotros.
El amor solo es posible cuando actuamos en consecuencia a ese amor que
decimos tener. No es una palabra, es acción.
1Juan 3:18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de
hecho y en verdad. (R-V c)
Santiago 2:15 Si
un hermano o una hermana están desnudos, y no tienen el alimento necesario para
cada día, (16) y alguno de ustedes
les dice: «Vayan tranquilos; abríguense y coman hasta quedar satisfechos», pero
no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso? (R-V c)
Leamos con atención las escrituras y descubriremos cuan alejados estamos hoy
de ese primer propósito que unió a la Iglesia de Cristo en edificios.
Hasta la siguiente entrega, Dios los guarde hasta entonces y les ablande el corazón para hacerlos escribir algún mensaje, como para saber que están ahí y alentarnos a continuar. Un abrazo y hasta la próxima, si el Señor lo quiere así. Cesar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Con un comentario sabemos que estás ahí, y es una bendición saberlo.