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viernes, 27 de marzo de 2015

Oíd pueblo esta, mi visión

Yo, el ungido, profeta y apóstol por revelación directa del Señor, dormía, cuando una poderosa voz (semejante al ruido de cuando se viene abajo una estantería repleta de platos y ollas), me llamó por mi nombre; sobresaltado desperté, no sé si por la voz que me había llamado o el barullo de tantos platos y ollas caídos junto con la estantería. A los pies de la cama vi a uno semejante a un ángel esplendoroso, lo sé porque se parecía demasiado a uno de esos ángeles pintados por Rafael, El Greco o Botticelli.
— ¿Quién eres tú? —pregunté restregándome los ojos y después de bostezar— No son horas estas de aparecerse así como así a los pies de la cama de nadie.
El alguien semejante a un ángel, sonrió.
—Si quieres manda a que me vaya, pero te quedarás con la duda del motivo de esta, mi sobrenatural aparición…

jueves, 19 de marzo de 2015

Yo también tengo una nueva profecía


A veces (cuando se me da por hacerlo), pienso; ¿Y en qué pienso? Se preguntarán, en que el ser cristianos nos vuelve, además de, en creyentes, en crédulos; y digo esto por observar con cuanta facilidad podemos ser engañados en nuestra fe. También me doy cuenta que, así como Tomás, no nos es suficiente con la fe, necesitamos ver para poder creer, ver cualquier cosa, aun las más disparatadas y dignas de rechazo. No nos basta con que ellos (los Apóstoles) hayan sido los testigos, y después nos lo presentaran (al Señor).

2Pedro 1:16 Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.

Somos como niños, capaces de aceptar cualquier mentira que se nos diga: ¿Has visto? No crees en vano y aquí esta es la prueba que necesitabas; es así como una foto, una grabación o incluso la supuesta visión de un burocrático cielo, en donde los Ángeles son empleados de oficina, coleccionan nuestras lágrimas o se ocupan de salpicar con la sangre de Cristo los libros que cuentan de nuestra vida, en el justo momento de nuestra salvación; y donde algunos, entre todos ellos, lucen flamígeras espadas (seguramente por el temor de una invasión infernal). Donde una manada de caballos alaba, delante del Trono de Dios, de rodillas o donde Dios guarda la salud de su pueblo para más adelante, y como un buen agricultor, que seguramente es, cuida de nuestro alimento en grandes silos, tal vez pensando en posibles futuras hambrunas que Él no pueda controlar (entre otros disparates); nos hace soltar un ¡Gloria! O un ¡Dios vive! Sin razonar el por qué lo decimos.

miércoles, 11 de marzo de 2015

La revelación de Jesucristo a Juan

Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? (Juan 21:22)

Seguramente Juan no entendió en ese momento lo que escondía para él la respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro: Señor, ¿y qué de esté? Curioso por saber cómo habría de llegar la muerte de su camarada. Con sus escasos veinte años eran otras cosas las que discurrían por sus pensamientos, luchaba todavía contra su vehemencia, hijo del trueno, le había llamado el Señor, honor compartido con su hermano Jacobo (Santiago); y aunque fue a Pedro que le dijera: Sígueme tú, él los siguió, caminando unos pasos detrás; respiraba profundo con cada nuevo pensamiento, con los ojos perdidos en la espalda del Señor, sonreía mirándolo, lo amaba y sabía que Él también lo amaba, tanto como amó al mundo por el que entregó su vida en la cruz; sobre esa espalda que ahora miraba había soportado el peso de la cruz, en silencio y obediente, y también el peso de nuestros pecados. Recordó la carrera hacia la tumba, sin importarle la negrura apenas mitigada por el brillo de la luna desvanecida entre las nubes, después que María Magdalena les dijera: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos donde le han puesto. Recordó haber dejado atrás a Pedro y mucho más atrás a María Magdalena, que llorando los seguía con el andar torpe de quien tiene un dolor insoportable; recordó la incertidumbre que lo detuvo delante del hueco abierto en la piedra, y el único y fugaz vistazo al que se atrevió y le permitió ver los lienzos, allí, donde tres días antes había sido apoyado el cuerpo, pero sin atreverse a entrar; también recordó la mano de Pedro apretándole el hombro para darle ánimos, y desaparecer después dentro del sepulcro. Recordó el silencio de su camarada, entonces entró y vio lo que Pedro todavía miraba; el sudario que había cubierto el rostro del Señor enrollado en un lugar aparte de los lienzos. Recordó los ojos de Pedro inundados por las lágrimas y vueltos hacia los suyos, y creyendo salieron de allí.

miércoles, 4 de marzo de 2015


No añadas a sus palabras, para que no te reprenda

El título lo tomé de Proverbios 30:6 y concluye con la siguiente afirmación:

Y seas hallado mentiroso

Hacia el año 67 d.C. Pablo le escribió a Timoteo, considerado por este como un verdadero hijo en la Fe: Toda la escritura es inspirada por Dios (2Timoteo 3:16) y esta afirmación es la que todo cristiano realmente debiera creer; ahora bien, ¿pero, a cuál Escritura se refería el Apóstol a la hora de hacer esta declaración? No es difícil concluir que hablaba del Antiguo Testamento, y esto parece esclarecerse al leer el contexto de lo escrito, un verso antes, donde se señala: tú desde la niñez has conocido las Sagradas Escrituras. Lo que hoy conocemos como Nuevo Testamento (con excepción de, cuando menos, dos de los cuatro Evangelios, la carta de Santiago, la primera epístola de Pedro y casi todas las llamadas cartas paulinas, que ya circulaban entre las Iglesias) estaba en su etapa de formación. ¿Quiere esto decir –cómo he escuchado en varias oportunidades– que el canon bíblico puede no estar cerrado aún? Esta pregunta nace hace más de dos siglos, junto con el hallazgo de algunos (no los primeros) manuscritos bíblicos, para renovarse más tarde con los descubrimientos del Mar Muerto (los rollos de Qumrán) y hoy, al salir a la luz nuevos (viejos) documentos encontrados en los últimos años.