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miércoles, 11 de marzo de 2015

La revelación de Jesucristo a Juan

Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? (Juan 21:22)

Seguramente Juan no entendió en ese momento lo que escondía para él la respuesta de Jesús a la pregunta de Pedro: Señor, ¿y qué de esté? Curioso por saber cómo habría de llegar la muerte de su camarada. Con sus escasos veinte años eran otras cosas las que discurrían por sus pensamientos, luchaba todavía contra su vehemencia, hijo del trueno, le había llamado el Señor, honor compartido con su hermano Jacobo (Santiago); y aunque fue a Pedro que le dijera: Sígueme tú, él los siguió, caminando unos pasos detrás; respiraba profundo con cada nuevo pensamiento, con los ojos perdidos en la espalda del Señor, sonreía mirándolo, lo amaba y sabía que Él también lo amaba, tanto como amó al mundo por el que entregó su vida en la cruz; sobre esa espalda que ahora miraba había soportado el peso de la cruz, en silencio y obediente, y también el peso de nuestros pecados. Recordó la carrera hacia la tumba, sin importarle la negrura apenas mitigada por el brillo de la luna desvanecida entre las nubes, después que María Magdalena les dijera: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos donde le han puesto. Recordó haber dejado atrás a Pedro y mucho más atrás a María Magdalena, que llorando los seguía con el andar torpe de quien tiene un dolor insoportable; recordó la incertidumbre que lo detuvo delante del hueco abierto en la piedra, y el único y fugaz vistazo al que se atrevió y le permitió ver los lienzos, allí, donde tres días antes había sido apoyado el cuerpo, pero sin atreverse a entrar; también recordó la mano de Pedro apretándole el hombro para darle ánimos, y desaparecer después dentro del sepulcro. Recordó el silencio de su camarada, entonces entró y vio lo que Pedro todavía miraba; el sudario que había cubierto el rostro del Señor enrollado en un lugar aparte de los lienzos. Recordó los ojos de Pedro inundados por las lágrimas y vueltos hacia los suyos, y creyendo salieron de allí.

Por causa de la Palabra de Dios


La mañana era especialmente brillante y ese brillo se manifestaba en el agua sobre la que navegaba el bote en dirección a la costa, en tanto, la nave que los había llevado hasta allí y habían dejado atrás, comenzaba a ser tragada por el horizonte azul. Juan sonrió al descubrir que no estaría solo en aquella enorme roca a la que lo habían desterrado, desde lejos había visto a una decena de individuos que, sin dejar de caminar, se voltearon hacia la embarcación, vio también a un par de soldados romanos acercándose a la orilla, hacia un pequeño muelle hecho de troncos que se movía al ritmo de las olas que lo alcanzaban y al que ellos se acercaban.
… Patmos. ¡Hasta que lo encuentre la muerte! Había sentenciado Domiciano.
Lo empujaron sin ningún cuidado, recordándole que su vida ya no le pertenecía, y sin prestar atención a las risas, caminó por la playa de arena y guijarros hasta la piedra desnuda, miró en torno el paisaje; mucho no podía esperar, al fin y al cabo, era una prisión, donde el mar era los barrotes.
Pero los porque de Dios suelen estar más allá de nuestros proyectos y propósitos.
Juan todavía no sabía que no habría de pasar mucho tiempo para que se cumpliera, en parte, aquello que el Señor dijera a Pedro unos setenta años atrás: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?
El libro del Apocalipsis no se trata únicamente de una profecía, es nuestra profecía, la de todo cristiano que sabe y confía en el regreso de Cristo. Es también una promesa, para unos y otros, el castigo y la recompensa que le espera a cada uno según el justo juicio de Dios; es el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, la Esposa amada del Cordero y la eternidad en su presencia. También es vida, porque es hacia ella donde convergen las Promesas de toda la Escritura. Es la certeza del propósito de Dios, el inicio del fin de la injusticia y la esperanza de aquellos que lloran, sufren, padecen persecución y mueren por no renegar de la Fe y dar testimonio de su Palabra.
Es un libro de muerte y condena, de hasta aquí y basta; es el libro de la tierra sacudida por su irresistible poder, de los elementos desatados y obedientes a su voz, es un libro de guerra, caída y derrota, y un libro de victoria, la nuestra.
Apocalipsis 22:10 Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este rollo, porque el tiempo está cerca. (11) El que es injusto, sea aún más injusto, y el que es inmundo, sea aún más inmundo; el que es justo, sea aún más justo; y el que es santo, sea aún más santo. (12) He aquí vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. (13) Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Postrero, el Principio y el Fin. (14) Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y entrar en la ciudad por las puertas. (15) ¡Fuera los perros, y los hechiceros, y los fornicarios, y los homicidas, y los idólatras, y todo el que ama y practica la mentira! (BTX)
Una revelación de Dios dada a Jesucristo y transmitida a Juan por medio de su ángel, de las cosas que pronto debían suceder.
Apocalipsis 1:7 He aquí viene con las nubes, y todo ojo lo verá, y también aquéllos que lo traspasaron, y harán lamentación por Él todas las tribus de la tierra. Sí, amén. (BTX)
Este libro dio ánimo y esperanza a los cristianos de aquel agonizante primer siglo, ellos nunca dudaron de su apostólica e inspirada procedencia; a pesar de esto, debieron pasar trescientos años para que se lo incluyera en el Canon bíblico, (lo mismo sucedió con el Evangelio redactado por Juan). En el largo camino hacia su inclusión entre los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, se dudó de su autoría, de ser inspirado por el Espíritu Santo y proceder de Dios, de él se dijo que se trataba de un libro terrible e imposible de entender y de servir a ciertos grupos que se apartaban de la sana doctrina, entre muchas otras cosas, y muy pocas buenas. El tiempo y la mano del Señor pusieron las cosas en el lugar correcto y lo que hace mil novecientos años dio una razón a tanto sufrimiento, persecución y muerte, hoy es la esperanza de un mañana maravilloso, muy a pesar del camino que debamos recorrer para alcanzarlo.
Apocalipsis 22:18 Yo testifico a todo el que oye las palabras de la profecía de este rollo: Si alguno añade a ellas, Dios le añadirá las plagas escritas en este rollo; (19) y si alguno quita de las palabras del rollo de esta profecía, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad, de las cosas que han sido escritas en este rollo. (20) El que da testimonio de estas cosas dice: ¡Sí, vengo pronto! ¡Amén, sí, ven Señor Jesús! (21) La gracia del Señor Jesús sea con todos. (BTX)
Y aunque durante mucho tiempo fueron añadidas y quitadas palabras a su Palabra, para alentar doctrinas falsas o sostener creencias nacidas de tradiciones humanas; hoy podemos decir con seguridad que nuestras Biblias son fieles a los antiguos manuscritos que oyeron y leyeron los primeros cristianos.
Solamente este libro podía dar el cierre necesario a todas las Escrituras, ¿acaso ellas no hablan de nosotros, de nuestra desobediencia y caída y del inmenso amor de Dios hacia su creación? Tanto amor como para regresar todo a las condiciones del inicio de los tiempos; en el camino nos dio a su Hijo, nuestro Señor, por quien, y a través de su muerte nos regresó la vida que perdimos por nuestras rebeldías.  
Génesis 3:24 Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.

Apocalipsis 22:2 En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. 

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