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sábado, 3 de mayo de 2014

La Fe da certeza a mi Esperanza

Cuando la fe da profundidad a la mirada



El Apóstol Pablo en 2Corintios 5:7 (RV) dice: Porque por fe andamos, no por vista.
Para movernos a través de las cosas de este mundo nos fueron dados los sentidos, vemos lo tangible, lo palpable, es decir, lo material, un ciego, aunque carece de este sentido (el de la vista), puede decirse, ve, por medio de un reemplazo, las manos o él oído; lo que implica que, si fuésemos totalmente privados de los sentidos nuestra vida sería un verdadero desconcierto de caídas, golpes y tropiezos, viviríamos como  bajo una constante amenaza de muerte, lo que haría de vivir un riesgo demasiado peligroso.
Gracias a Dios que nos ha dotado de estos cinco sentidos, gracias a ellos podemos enfrentarnos a lo cotidiano, y sirviéndonos de ellos podemos estar alerta de lo que en nuestro entorno sucede; en nuestro entorno físico. Pero más allá de los acontecimientos físicos suceden cosas, invisibles a nuestra capacidad de percibir, el mundo espiritual no está al alcance de nuestros sentidos; excepto en aquellas oportunidades que Dios quiere hacerlas manifiestas.
Los cristianos hemos aprendido a movernos por fe, poco de lo que creemos podría conciliar con la realidad material del mundo si no la tuviésemos, en los asuntos de Dios la vista suele engañar; la idea de locura que para los incrédulos nosotros manifestamos, nace de esta ceguera espiritual y es la que, lamentablemente, impide a tantos participar de la verdad que nos salva y hace libres.
1Corintios 1:18) Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. (RV)
1Corintios 1:27) Y es que, para avergonzar a los sabios, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los fuertes, ha escogido a los que el mundo tiene por débiles. (Dios habla hoy)

Nuestra necesidad de ver para creer
¡Mi Señor y mi Dios!

Juan 20:25) Cuando Tomás llegó (a la casa donde los discípulos se habían reunido para esconderse de los líderes judíos), los otros discípulos le dijeron: — ¡Hemos visto al Señor! Pero él les contestó: —No creeré nada de lo que me dicen, hasta que vea las marcas de los clavos en sus manos y meta mi dedo en ellas, y ponga mi mano en la herida de su costado.
Somos proclives a confiar en lo que nuestros ojos ven, incluso con todo aquello que dentro de nuestras Iglesias pueda suceder; si un milagro ocurre dentro de los límites físicos de nuestro amado templo, dicho suceso avivará la fe de la congregación aún más que todos los milagros que hayan sucedido en otras Iglesias, y hayamos conocido de oídas la noticia.
No es bueno que la confianza que tenemos en Dios (nuestra fe) requiera de una llave que la encienda como si de un bombillo de luz se tratara; en los asuntos del Señor debemos ser constantes, Dios no fluctúa y los que creemos en Él, tampoco deberíamos.
Romanos 10:17 dice: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (R-V)
Hebreos 10:23 Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (R-V)
Hebreos 13:8 Jesucristo nunca cambia: es el mismo ayer, hoy y siempre.
Creí necesario cerrar el texto bíblico de la incredulidad de Tomás, aquí va el cierre: Juan 20:26 al 29 inclusive.
26) Ocho días después, los discípulos estaban reunidos otra vez en la casa. Tomás estaba con ellos. Las puertas de la casa estaban bien cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos, y los saludó diciendo: — ¡Que Dios los bendiga y les dé paz! (27) Luego le dijo a Tomás: — Mira mis manos y mi costado, y mete tus dedos en las heridas. Y en vez de dudar, debes creer. (28) Tomás contestó: — ¡Tú eres mi dueño y mi Dios! (29) Jesús le dijo: — ¿Creíste porque me viste? ¡Felices los que confían en mí sin haberme visto!
A que Tomás sí y ese mismo día, aprendió la lección.

Un pequeño testimonio
Siendo yo un niño (perdón a todos los que consideren que usar anécdotas de mi vida a modo de ejemplo sea un hecho desafortunado, por eso creo mi deber informarles que, no será este, y a lo largo de mis escritos, el único testimonio personal) tuve una visión (mediaba por entonces los cinco años) y la puerta trasera de mi casa daba a un enorme terreno donde crecían de manera silvestre y en abundancia unas plantas que, más tarde lo supe, eran de mijo, y era ese el lugar de mis juegos; sobrepasado en altura por las panojas de espigas colmadas de granos me sentía, cada vez que entraba allí, dentro de un bosque encantado o rodeado por todos los peligros de la selva. Una noche de verano, y después de varios días de lluvia, veía desde el hueco de la puerta hacia el fondo de casa, el mijo aún estaba aplastado contra el suelo por la cantidad de agua que lo había golpeado y en medio del cielo, desde hacía algunas horas completamente despejado, podía verse a la luna, plena, enorme y blanca, iluminándolo todo casi con la claridad de un farol eléctrico. En un determinado momento veo asomarse, como si se tratara del sol saliendo por el horizonte, allí, donde los mijos se aplastaban contra el piso, una enorme esfera brillante y blanca que multiplicaba por mucho la brillantez, blancura, redondez y tamaño de la luna, hacia la que parecía alzarse; miré sorprendido, pero, aunque pueda parecer extraño, sin ningún sentimiento de miedo, como aquello se remontaba con la aparente y pesada lentitud de un globo aerostático; de su brillante blancura, nunca tuve otra oportunidad de ver algo parecido, tampoco tuve la posibilidad de compararlo con nada de lo que haya conocido antes o después de aquel episodio. En un determinado momento de la visión llamé a mi madre, quería compartir con ella eso que estaba viendo, también sentía la necesidad de escuchar una explicación de lo que estaba sucediendo; me volteé un instante hacia mi madre, que se acercaba, y cuando me volví para señalar hacia el cielo, ya no había nada, solamente la luna, un montón de estrellas y la oscuridad aterciopelada del cielo. Mi madre rió, me sacudió el cabello y sonriendo, después de oír el relato de lo que había visto y meneando la cabeza dijo: “Sí que tienes una increíble imaginación”.
Por costumbre y enseñanza, no mentía (a pesar de los correctivos que por entonces utilizaban mis padres cuando hacía algo que no les gustaba), pero aun así, siendo yo un niño confiable, nadie creyó en mí aquella noche. Unos días después mi madre narraba como una anécdota graciosa este acontecimiento a mi abuela, ella no dijo nada, solo escuchó; más tarde habló conmigo a solas, me pidió que le relatara y hasta en el último detalle lo que había visto aquella noche, oyó con atención la historia y para sorpresa mía, la creyó, es más, aunque en la realidad sucediera muchos años después, ella ese día abrió mi corazón a Cristo; todavía resuena en mi memoria el “Bendito sea Dios” pronunciado en voz alta y alzando al cielo los brazos, también las siguientes palabras entre lo mucho que me habló, y que algunos años más tarde supe, correspondían a la Biblia, ella la llevaba siempre consigo, fuera donde fuera, y son estas: Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. (Joel 2:28 y Hechos 2:17 –RV–)
Aquella vez yo aprendí que no todos los individuos necesitan ver para poder creer.
Hace años decidí el andar por fe, la vista me ha engañado en demasiadas ocasiones; además, tenemos por costumbre el ver mal; en algunos casos, eso de ver solamente con los ojos nos hace sentir jueces de lo que vemos, como si la envoltura nos dijera de qué va el contenido. Quizá por ese motivo es que, demasiado seguido e inconscientemente, relaciono este asunto de movernos en (y por medio de) la fe y no por el siempre racional órgano de la vista, con lo que podemos leer en Mateo capítulo 18 verso 9. 
Si lo que ves con tu ojo te hace desobedecer a Dios, mejor sácatelo y tíralo lejos. Es mejor vivir para siempre con un solo ojo, que ser echado al infierno con los dos.
Si por fe andamos podemos confiar en quien nos salvó aunque no podamos verlo todavía; la vista puede mentirnos que Él no está, pero la fe profundiza nuestra manera de ver y como Esteban seremos capaces de decir:
…Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor –a la derecha del Padre–. (Hechos de los Apóstoles, capítulo 7 verso 56

Próxima entrega: Prosigo hacia el blanco
Que Dios los bendiga y sostenga siempre sobre la palma de su mano

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