Ser cristiano en el siglo XXI (conclusión)
Él es real
¡Dios no ha muerto, muy a pesar del deseo de Nietzsche! De estarlo, vana
sería nuestra fe, nada puede cambiar esta realidad de la que participamos, la
obra construida por el poder de su palabra nos rodea, y la de sus manos se
manifiesta en nosotros; cierto es que son demasiadas las teorías que contradicen
esta postura mía.
De la evolución me atrevo a afirmar que, si le diéramos una posibilidad a
nuestra capacidad de razonar, sería una idea imposible; es cierto que las
posibilidades infinitas pueden dar infinitos resultados y bastaría con uno, el
necesario, para que la vida diera inicio, eso sí, en su más básica expresión,
una bacteria anaeróbica (organismo procariota unicelular caracterizado por
carecer de los órganos propios de las células eucariotas –esta última, tipo de
célula con un mayor grado de organización, con núcleo, más de un cromosoma y
citoplasma con orgánulos–) y en medio de un océano tempestuoso convulsionado
por las inclemencias del tiempo lejano y misterioso de la tierra, al que se dio
en llamar caldo primigenio. Aquí creo conveniente señalar que el cambio de las
especies sucede (adaptabilidad) y es fácil de comprobar, tanto por la ciencia
como por la observación propia; un criterio diferente al de evolución en el más
absoluto de los significados, que podríamos indicar con el siguiente concepto:
El progreso inevitable de una forma de vida inferior a otra superior.
El hombre fue cambiando a lo largo del proceso de su historia, de sustentarse
con lo que abundaba debió transformarse en una especie productora de su propio
alimento, de vivir en cuevas y chozas, a construir los edificios de los que hoy
podemos admirar sus ruinas o las construcciones del presente; durante este
largo camino dominó el fuego, el mar y el aire, creó herramientas y amplió sus
conocimientos que, además de utilizar en su beneficio, transmitió a las nuevas
generaciones, aumentándolos hasta la actualidad; eso nos habla de que el hombre
cambió, pero nunca dejó de ser hombre. Lo mismo sucede con cada animal que
comparte con nosotros la tierra; ni los gatos son iguales a los que existieron
hace miles de años ni los perros ni las aves, incluso se diversificaron en
razas nuevas, con o sin ayuda del hombre, pero el principal cambio sucedió
cuando dejaron de ser salvajes para convertirse en criaturas domésticas. El
cambio sucede permanentemente, pero de un perro siempre nacerá un perro y de un
gato otro con características similares a las de su especie.
La ciencia dice que la atmosfera primitiva era diferente a la que
respiramos hoy; vapor de agua, dióxido de carbono, dióxido de azufre y
nitrógeno; atmosfera resultante de las emanaciones volcánicas de un planeta que
todavía debía enfriarse y demasiado distinta a la que la palabra de Dios
señala, respiró Adán y Eva en Edén. Es en esta atmosfera donde aseguran, surgió
la vida, y gracias a la tan inteligente virtud de la evolución de anticiparse (a
nuestra muy futura llegada) con lo conveniente, estas primitivas bacterias se modificaron
en otras con el poder de realizar el proceso de fotosíntesis y capaces de
liberar el oxígeno que haría disminuir tanto dióxido de carbono, abundante por
entonces; vano trabajo ya que este oxígeno no se juntaba arriba, sino que era
absorbido por las rocas, ricas en hierro, y así, una vez satisfechas y oxidadas,
en un generoso acto de solidaridad para con nos, soltarlo para que todo se
hiciera tal y como lo conocemos en este tan lejano futuro que nos toca vivir y
respirar; otra parte, el que ocupó las partes más altas de la atmosfera se
transformaría en ozono para filtrar el nocivo bombardeo de rayos ultravioletas
tan perjudicial para todos esos seres vivos que pujaban por aparecer y dar a
Darwin una posibilidad.
Tengo una pregunta, o dos o muchas…
¿De ser la evolución, perdería tiempo en cambiar la atmosfera del planeta y
no ahorrarlo creando vida capaz de sobrevivir en aquel pretérito medio
ambiente?
Supuestamente la vida surgió de las moléculas minerales, formadas todas
ellas por una mezcla igual entre isómeros derechos (dextrógiros) e izquierdos
(levógiros) –la definición de isómeros sería algo así: dos o más moléculas con
composición química idéntica, pero que difieren en la disposición de sus
átomos, lo que las hace diferentes en sus propiedades químicas, biológicas y
físicas–. Ahora bien, las moléculas biológicas y los aminoácidos que forman las
proteínas tienen una especial particularidad, son todas levógiras; mi pregunta
sería la siguiente: ¿Cómo la vida, según lo antes explicado, si ha surgido realmente
de estas moléculas minerales, logró eliminar totalmente uno de los isómeros privilegiando
al otro?
La evolución habla de formas transicionales (período de tiempo durante el
que uno o más miembros de una especie cambia de un estado a otro superior, esto
implica que su anatomía se encontrará en una fase intermedia entre la anterior
y la siguiente durante ese largo período temporal), según la prédica de tantos
evolucionistas, esto debió suceder muchas veces, ¿el resultado? Un cambio y el
consiguiente avance (siempre y cuando se alcanzara el éxito en esta larga metamorfosis)
a una nueva forma de vida mejorada. De esto me nacen algunas preguntas: ¿una
forma transicional entre una especie acuática y su evolución terrestre, habitó
en tierra o agua? ¿Tendría branquias o pulmones o una combinación de ambos? ¿Necesitó
de una pareja con la misma y nueva condición genética para la procreación o se
auto-fecundaría como sabemos, suelen hacerlo algunas tenias, parásitas del
hombre y de algunos animales? ¿Qué necesidad existió en este acuático ejemplar
para que se animara a lo desconocido, cuando en su hábitat encontraría, y en
abundancia, todo lo necesario para su subsistencia? ¿Quiso escapar de sus
feroces predadores, si es así, acaso tenía conocimiento de su propia existencia
y por consiguiente, temor de morir? ¿Cuánto tiempo fue necesario para que las
aletas se convirtieran en patas para alejarse lo suficiente de la costa y no
ahogarse en el proceso de regreso al líquido elemento? Y sobre todo, ¿por qué
dejar atrás un medio tan abundante como el de las aguas oceánicas (tres cuartas
partes de la superficie del planeta), por el incierto suelo que lo habría de
mantener de por vida cerca de la costa mientras sucediera el cambio esperado?
Ir más allá traería nuevas preguntas, sobre reptiles que sueñan con volar o
monos africanos que un día decidieron que en su futuro (y alejado pasado
nuestro) habrían de ser hombres hechos y derechos.
Pero para muestra alcanza con un botón, solía decir mi tía, la misma que echaba
vinagre al frasco de miel cuando hablaba de los gustos.
Lo triste de todo esto es que he conocido a muchos que afirman ser
cristianos y conocedores de la palabra y aun así dan posibilidades a la
evolución, asegurando que no contradice en absoluto el obrar de Dios, del que
nosotros ignoramos sus métodos, e incluso añaden que “si leyésemos, como ellos
lo han hecho tantas veces, con atención el libro del Génesis, descubriríamos
más de una semejanza entre la una y la otra”. “El hágase de Dios no requiere de
su presencia”, dicen regocijados en su propia sabiduría, para agregar después:
“Porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos”; pero sí los de todos
ellos, pienso yo, cada vez más cansado de contender con las piedras del camino.
Los visitantes
de las estrellas
Creer en la existencia de vida inteligente fuera del planeta tierra puede resultar
una pregunta tramposa; ¿Por qué? Porque la vida inteligente más allá de la
tierra es algo real, ¿qué decir, sino del inconmensurable ejército de ángeles
que habita en los cielos, Dios mismo en su trono de gloria y su hijo, sentado a
su diestra? Todos ellos forman parte de aquello que está más allá de la
frontera de nuestra atmosfera y nuestros humanos pensamientos. En cuanto a la
vida en otros planetas, poco vale lo que pueda yo suponer, nada he encontrado
en la Biblia con respecto a este asunto y eso me alcanza; pero sí puedo divagar
en algunas suposiciones.
De existir; ¿Quién los creó? ¿O en algún momento de sus vidas tuvieron la
fortuna de cruzarse con algún Darwin habitante de las estrellas que les hiciera
tambalear en la fe, anunciando que fue la evolución y la casualidad quien dio
origen a todos ellos?
¿Qué los motivó a venir a nuestro planeta recorriendo siderales distancias
sin otro propósito que el de seleccionar entre la variedad de especies existentes
a un simio y modificarlo genéticamente para que se convirtiera en un ser
inteligente y darle, además, una pareja con la que pudiera aparearse para que
en algún momento fueran muchísimos simios modificados y a la espera del regreso
prometido que anunciaron al partir hacia otros planetas que humanizar?
¿Por qué antropomórficamente, y según lo asegurado por los supuestos
testigos oculares de tantos encuentros llamados de tercera fase, estos seres
son tan parecidos a los hombres y no el resultado casual de su propia
evolución?
Una cosa sé, aquel que quiere ver fantasmas, en algún momento de su vida
los encontrará al entrar a su alcoba. En tanto me alcanza con algún que otro
dicho de esta tía mía que no se cansaba de buscar oportunidades para soltarlos:
No solo es necio aquel que dice necedades, también lo es el que las escucha y
cree.
Aquí, como al inicio de este tema, digo, la razón y la fe no pueden contradecirse
si nuestros pensamientos buscan realmente la verdad de un asunto, muchos dirán
todavía que Dios continúa siendo una entelequia, otros pensarán que a pesar de
tantas lagunas, sus creencias resultan válidas y habrá quien no necesite de la
razón para confirmar la existencia de este Dios creador del que escribo.
Un Dios
histórico en el marco de las Escrituras y los testimonios fieles
La historia confirma sobre la presencia de Jesús entre nosotros y esto
puede ser constatado por cualquier lector curioso, la Biblia lo profetiza en
demasiados párrafos escritos, y con anterioridad de su llegada al mundo; la
vida y muerte de sus discípulos también dan testimonio de esta existencia, de
su paso por la vida, su muerte y su resurrección. Creer en una mentira,
predicarla y después dejarse morir por ella es el acto propio de un demente, de
ser uno, podría caber esta posibilidad, pero fueron doce al inicio y miles un
poco después; decapitados, crucificados, quemados, torturados, comidos por las
hambrientas fieras en la arena de los circos romanos. La Iglesia de Dios creció
en medio de todos estos eventos y quienes participaron de estos inicios nos
dejaron relatos de todos estos acontecimientos; en la muerte tenían esperanza y
esto únicamente podía darlo la certeza de conocer una verdad irrefutable.
Muchos de estos cristianos no conocieron de manera presencial al Señor, pero
oyeron sobre Él por el testimonio de alguno de los discípulos que caminaron en
torno a su Divina presencia y más tarde pudieron verlos morir manteniéndose
firmes en las creencias que habían aprendido de Él.
Todo lo anterior es posible de verificar y cuando una teoría comienza a
tener visos de realidad, esta comienza a dejar de ser solo una especulación.
De mentiras y
certezas
Recuerdo una frase atribuida a Abraham Lincoln y que en esta oportunidad
creo conveniente transcribir: Podrás
engañar a todos durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no
podrás engañar siempre a todos.
Un dicho menos culto, pero igual de válido, reza: La mentira tiene patas demasiado cortas.
Si yo tratara de hacerles creer en Dios en base a mentiras, de seguro que
en algún momento me descubrirían, la memoria será la primera en traicionarme,
mentir requiere de mucha y nadie es capaz de recordar siempre todo lo que ha mentido.
Particularmente no creo en las buenas intenciones de los mentirosos, incluso
cuando se trate de un, por cierto, extraño recurso para llegar a una posterior
verdad y si en algún momento Charles Darwin tuvo buena fe, estoy convencido que
quienes continuaron con este asunto de la evolución, no la tenían; ocultar una parte
de la verdad es mentir, ¿y en que mintieron estos señores? Se preguntarán; en
afirmar como verdadera una teoría cuando en ella existen tantas lagunas que
incluso en la actualidad plantea preguntas que no pueden ser respondidas. El
entusiasmo de estos amantes de los argumentos darwinianos no fue en su
totalidad científico, también hubo muchos ateos que encontraron una manera de oponerse
con argumentos supuestamente irrefutables, a la creencia religiosa de la época.
No hay mayor ciego que el que no quiere ver, dicen; y muchos se rindieron
ante esta catarata de evidencias sin dar oportunidad al pensamiento. Sé que
Dios no existirá, si fuera este el caso, solamente por contradecir la teoría de
la evolución o negar la posible manipulación extraterrestre; pero debo entender
que, de existir, esto sucederá más allá que cualquier argumento que pueda dar
en contra o lo mucho que me proponga no creer.
Es allí donde caemos en el error, cuando las pruebas no nos resultan
suficientes, la negación no es una respuesta válida para un determinado
argumento y nunca para otro. Cuando se intenta encontrar una verdad (o una
mentira) se buscan evidencias que la comprueben o desmientan, y este es el
propósito que me he propuesto alcanzar; ya vimos evidencias históricas, quien
quiera constatar la veracidad de todas ellas o profundizar en el asunto, no
tiene más que buscar, la historia es objetiva en estado puro.
¿Quién no se siente abrumado cuando se enfrenta a lo inconmensurable?
Cuando decimos que el universo es infinito, la idea de infinito no es un
concepto que nuestra mente pueda discernir totalmente, vivimos bajo las reglas
propuestas por nuestras propias limitaciones, e incluso todo lo que nos rodea
las tiene o aparenta tenerlas, alcemos la mirada al celeste firmamento, alguna
vez de él alguien me dijo que no es más que una ilusión de nuestra mirada, pero
aun así parece encerrarnos como dentro de una envoltura con apariencia real,
incluso la noche, con las miríadas de estrellas que alcanzamos a distinguir, no
nos da una verdadera noción de su profundidad, y el pensamiento del hombre no
escapa a esta regla y por eso nos resulta tan difícil concebir de manera
intelectual la idea de un Dios creador, es más sencillo suponer que fue el
resultado de un destello de imaginación salido vaya a saber uno de que cabecita,
pero eso sí, justo a la medida de nuestros propios pensamientos.
El cristiano deberá creer por fe, así nos enseñaron que debía ser y así lo practicamos;
pero la fe no le alcanzó a Tomás, quien dudó de la resurrección de Cristo hasta
ser confirmada por sus ojos y tacto, tampoco le bastó a Pedro para no hundirse
en el mar cuando apartó la mirada de aquel Jesús que con la mano extendida lo
esperaba, y esto, a pesar de haber, ambos, convivido con el Señor desde el
inicio de su ministerio.
Solamente de sobrellevar las pruebas podremos obtener un resultado cabal de
la medida de nuestra fe y aunque estas nunca vayan más allá de lo que podamos
soportar, muchos son derrotados mientras las transitan; el sentimiento de
fracaso nos enoja con Dios y la vergüenza por haber caído nos distancia de la
Iglesia. Pero no fue por falta de fe que Pedro negó al Señor después que este fuera
tomado prisionero, particularmente creo que la negación fue una consecuencia
del miedo por no saber lo que pudiera sucederle si lo confesaba; la humanidad
del apóstol me confirma la divinidad de Cristo, quien sabía, y se lo había
anticipado, que esto sería así; Pedro no temió en dar la vida por su maestro,
lo demostró con valentía en Getsemaní, al aceptar las posibles consecuencias
del acto de desenvainar su espada y utilizarla en contra de aquellos que habían
llegado con la intención de capturar a Jesús. Pedro fue vencido por la
incertidumbre aquella noche frente a la casa del sumo sacerdote. Confirmar la
posterior resurrección del Señor lo convirtió en quien después fue, la realidad
de Dios en toda su medida se presentaba delante de él, aquella incertidumbre
entonces se transformó en certeza, incluso para avistar y esperar su propia
muerte.
De Tomás tenemos pocas referencias bíblicas, pero podemos interpretar de
ellas que tampoco temía morir por causa del evangelio y una posible
confirmación a esto la encontramos en el libro de Juan, capítulo 11 verso 16; cuando dice a sus condiscípulos: Vamos
también nosotros, para que muramos con Él. Consciente que existía, de regresar a
Judea, en respuesta al llamado de las hermanas de Lázaro para que viera por la
enfermedad de su amado amigo, la posibilidad cierta de ser apedreado. Tomás no tiene
ninguna duda que el Señor es quien asegura ser, es evidente a la hora de asumir
también para sí el riesgo de acompañar a su Maestro de regreso allí; recordemos
que si bien dudó de la resurrección tantas veces anunciada por Jesús, también
fue el primero en confesar la divinidad de Cristo, esto lo encontramos más
adelante (Juan 20:28) cuando exclama:
¡Señor mío y Dios mío!
¿Qué sucedería con nosotros de enfrentarnos a una situación que va más allá
de nuestra capacidad de razonamiento? Es cierto que Tomás había sido testigo de
varias situaciones parecidas, la Biblia da testimonio de algunas resurrecciones
y es poco probable que estas sucedieran sin estar él presente o cercano al
acontecimiento; incluso la resurrección de Lázaro, de haber sido la única de la
que participara como observador, alcanzaría para creerla como una posibilidad para
el Señor después de su muerte. ¿Pero esto es realmente así? Quien había muerto ahora
era el hacedor de todos los milagros de los que había sido testigo y eso
cambiaba los parámetros de sus pensamientos, además, todos esos rumores del
robo del cuerpo por alguno de sus discípulos durante la noche enfrentándose a
los de su resurrección, de la que también decían, algunos habían sido testigos,
habían ganado la calle y eso lo desconcertaba. Entender el contexto de la época
nos ayudará a conjeturar lo que pudo haber sucedido con Tomás.
Israel conoció a lo largo de su historia antigua demasiados autoproclamados
mesías, Gamaliel, fariseo y doctor de la ley, nombra a un par en el libro de
los Hechos (Hechos cap. 5 versos 36 y 37)
y dice de sus seguidores que se dispersaron hasta desaparecer tras la
muerte de estos farsantes; pero hubo otros, demasiados para un pueblo que
espera su llegada desde siempre.
Creer, en los asuntos religiosos, es principalmente un acto de fe; pero de
Tomás (como de todos sus discípulos) podemos decir que caminó, comió y bebió
con aquel en quien había decidido creer, también se alimentó de su palabra y
fue testigo de todas esas maravillosas manifestaciones que hoy leemos en
nuestras Biblias (repito, como todos sus discípulos).
Si leemos con atención en el libro de Marcos,
capítulo 16 a partir del verso 9 nos daremos cuenta que la duda no se alojó
únicamente en el tan duro corazón de Tomás; al presentarse ante
los once, allí, donde estaban reunidos –verso
14– (encerrados por temor a lo que pudieran hacer con ellos, de ser
atrapados, los Judíos), los reprendió por la incredulidad y la dureza de sus
corazones; por no haber dado crédito a los testimonios de todos los que hasta
ese momento le habían visto resucitado. Ellos, aun sabiendo que el creer es por
la fe y el testimonio lo da la palabra, no creyeron, resultaba más sencillo y
lógico el dar a estos testimonios la entidad de un estado de locura causada por
el dolor o sospechar que se trataba de una mentira ideada por los que se
acercaban con la buena nueva; no creyeron en ellos; sus hermanos en la fe. La
incertidumbre nuevamente estaba allí, congregada junto a todos ellos para
hacerlos dudar de la verdad manifestada en la figura de Jesús.
Hoy, este asunto no es tan diferente a entonces, nuestra incredulidad se
alimenta de la incertidumbre que nos plantea el entorno, esta incertidumbre
nace de alejarnos de la doctrina bíblica (de no conocerla o de no creerla
totalmente). También se sienta junto a nosotros en nuestras iglesias y forma
nuestros pensamientos de tal manera que se nos dificulta sostener, aun aquellos
conceptos que de tan sencillos no necesitan demasiado del esfuerzo de nuestra
inteligencia para comprenderlos. Sabemos que Jesucristo es el mismo ayer, y
hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8);
pero sentimos que su evangelio se ha envejecido con el paso del tiempo.
Él mismo nos da una respuesta en Mateo 24:35 Cuando nos confirma: El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán. (R-V);
y nada puede cambiar esta verdad; pero como dije antes, nuestra mente está sujeta
a nuestras propias limitaciones, aun así, nos esforzaremos en conciliar
nuestros humanos pensamientos con la verdad de las Escrituras. De ahí que
aparezcan tantos iluminados que tuercen el evangelio de Dios hasta encajarlo
(demasiadas veces a fuerza de golpes) a sus propios juicios.
La duda echa raíces difíciles de arrancar de nosotros, llegar a Dios
debería implicar el aceptar como ciertas e intemporales todas sus enseñanzas,
pero ocurre que, nuestros oídos están abiertos a todo lo que escuchamos,
aprendimos o conjeturamos a lo largo de nuestra existencia y esto nos
condiciona para una plena vida cristiana, de ahí que demasiados “no” se
transformen con tanta facilidad en “posiblemente”, permitiendo que nuestra fe
tambalee y demasiadas veces se desparrame por el suelo.
Llegar a la existencia de Dios como el resultado natural de un proceso de
la razón comienza al entender que cualquier teoría sometida a examen debe ser
demostrada con hechos que puedan ser probados por la realidad, sea
experimental, histórica o práctica; cuando un concepto aún tiene visos de hipótesis
y se lo quiere enfrentar a otro, ambas premisas deberán ser admitidas como una probable
verdad (o una posible mentira), sin ideas preconcebidas ni valoraciones condicionantes.
Del Dios que yo presento sabemos que es un Dios histórico, que sus
profecías se cumplieron de manera exacta y que sus primeros seguidores dieron
un fiel testimonio de Él; habrá quien aquí dirá: ¿Es Jesucristo realmente Dios?
¿Cómo se refiere a Él la profecía de Isaías 9:6?
Porque
un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de
Paz.
Romanos 9:5 señala:
(Viene de verso anterior)… de quienes son los patriarcas, y de los
cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas,
bendito por los siglos. Amén.
En Isaías 41:4 podemos leer (y
dicho por Dios) ¿Quién hizo y realizó esto? ¿Quién llama las generaciones desde el
principio? Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros. (O, y el
último, según la versión de la Biblia que se lea)
Comparemos esta declaración con lo que podemos leer en Apocalipsis 1:17 y 18
Cuando
le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome:
No temas; yo soy el primero y el último; (18) y el que vivo,
y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y
tengo las llaves de la muerte y del Hades.
Existen muchos versos en las escrituras que indican la divinidad de Jesús,
pero quiero cerrar esta breve reseña con un verso que suele pasar desapercibido
a la hora de demostrar que Jesús es Dios, y encontramos en el libro de los Hechos 3:15.
…y
matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo
cual nosotros somos testigos.
Yo pregunto ahora; ¿Quién otro sino Dios es el autor de la vida?
De lo que no
vemos
Mucho de lo que sabemos, existe, es imposible de ver con nuestro limitado
sentido de la vista, pero eso nunca nos haría plantear dudas sobre su
existencia; sentimos sus efectos o la ciencia los ha observado por medios de
instrumentos adecuados para hacerlo. Nuestra atmosfera está llena de gases, en
la combinación exacta para que podamos respirar, no podemos verlos, pero
créanme, están todos allí. La fuerza de la gravedad también es invisible, pero
nadie podría negar que sea la que nos mantiene con los pies en la tierra. De
esto resulta que, el no poder verle no tiene que ser una evidencia en contra de
la existencia de Dios; de Él sentimos sus efectos, solo su existencia puede responder
a lo que tantos incrédulos juzgan de inexplicable o locura nuestra, ¿o qué otra
explicación podríamos encontrar para todos esos hechos maravillosos que han
ocurrido en la vida de tantos creyentes? podemos afirmar entonces, que de la
existencia de Dios podemos dar testimonio por advertir su efecto en nuestras
vidas.
Entonces…
Si de lo anterior expuesto se concluye que: el Dios en el que creemos es un
Dios histórico, de quien, aquellos que bien le conocieron y acompañaron nos
dejaron un testimonio confiable, testimonio que coincide con el de sus más acérrimos
enemigos (todos los que buscaron darle muerte), sumado al testimonio de
historiadores Judíos, romanos y griegos, tantas profecías bíblicas escritas con
anterioridad a su nacimiento y además, por el efecto que aún hoy produce en
nosotros su obrar, y del que podemos dar fe, no resulta difícil conceder
intelectualmente una posibilidad a su existencia. Además; si a esta posibilidad
real de Dios añadiéramos las muchas controversias, los absurdos y las dudas que
se desprenden de las otras teorías presentadas, encontraremos que las
posibilidades de esta existencia se multiplican.
Para terminar
Existen otras teorías que se refieren a la naturaleza del hombre y la
posible causa de su aparición sobre la tierra, también tienen su relato sobre
este asunto las religiones que ha conocido el hombre a lo largo de su historia;
quizá en otro momento me dedique a enfrentarlas a la creación de Dios y a la
razón del hombre. He utilizado la teoría de la evolución y de la manipulación genética
extraterrestre para este ejercicio intelectual, no por capricho, sino por ser, ambas,
las más conocidas y las que más daño han causado en la fe de muchos cristianos.
Seguramente me ha quedado mucho por decir, pero mi propósito no fue otro
que el de llegar a la existencia de Dios por medio de nuestra condición de
criaturas pensantes, regalo de ese mismo Dios que se convirtió en artesano en el
sexto día de la creación y nos dio de sí para que seamos hombres y mujeres
hechos a su imagen y semejanza.
Juan 8:32 y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Conocer es nuestra posibilidad de captar por medio de las facultades
intelectuales la naturaleza, cualidades y circunstancias de algo. Nuestros pensamientos
están demasiado lejos de parecerse a los de Dios, pero esta abismal diferencia
no nos impide practicar el ejercicio de razonar, y a la verdad que nos hace
libres solo se llega a través del pensar; la fe nos hace creer que Jesús es nuestro
Señor y salvador, la que nos permite confiar en que nuestras oraciones han de
llegar a su presencia y serán respondidas, la que nos hace confiar en todas sus
promesas y la que, de tenerla del tamaño suficiente nos permitirá correr los
montes. Pensar nos ayudará a confiar en que todo lo podemos en Cristo que nos
fortalece.
Una nueva entrada, tarde pero segura, mi deseo de que Dios los bendiga este nuevo año que comienza (como seguramente los bendice desde que los sostiene sobre su palma), y un pedido de disculpas por la tardanza. Hasta la próxima, Cesar.
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